miércoles, 8 de junio de 2016

El Club, de Pablo Larraín

Incómoda, dura, angustiosa... Sí, todo eso. Una de esas pelis que desde el primer instante te magnetizan y te contagian un mal rollo importante, que te impiden apartar la mirada y al mismo tiempo te repugnan por lo que cuentan.

Una realidad que está ahí, a ojos de todo el mundo y contra la que por mucho que se alce (tímidamente) la voz, continúa existiendo y sin trazas de cambiar. 

Los personajes de Larraín se desenvuelven con la naturalidad de la bestia, con la suavidad de lo inconcebible instalado en lo cotidiano. Son seres aparentemente huecos, hasta frágiles, y sin embargo contienen en sus cerebros, en sus ¿almas? todo el horror que ningún monstruo de Hollywood puede llegar a transmitir. Hasta que llega Dios a ponerles en su sitio. ¿O no?

¿Qué hay de ese personaje turbio y equívoco que aparentemente irrumpe en el lugar para poner orden? ¿No es, por su forma de comportarse, una especie de traslación del propio Dios que juzga, castiga y perdona? 

"El Club" no da respuestas porque tampoco plantea ningún interrogante. Larraín se limita a narrar un episodio que parece enmarcado en un infierno alternativo, pero que en realidad está a nuestro alrededor, apartemos o no la vista de él.

Grandes actores, impecable puesta en escena y sacudida emocional garantizada.   


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